Oujda: salir, ponerse en camino, atravesar desiertos hacia la tierra prometida…

A lo largo de este tiempo seguimos acogiendo a gente que atraviesa desiertos y fronteras y que llama a nuestra puerta. El cuerpo con heridas de los que llegan nos recuerda el sufrimiento, la extorsión de las mafias, la violencia y los peligros de tantos y tantos jóvenes, mujeres y niños. Escuchar los relatos del camino sigue estremeciéndonos e indignándonos. La pasión sigue presente en nuestra historia.
La cruz de la pasión ha estado este año llena de nombres y rostros concretos. También Fátima, la chica marroquí que vive en la calle y que durante tres meses ha “acampado” a la puerta de nuestra casa… Ella nos ha abierto los ojos a la realidad de tantas mujeres que malviven en la calle, solas, enfermas y vulnerables.
Liberación, vida, sanación… La vida llega enredada con la muerte, y tenemos la suerte de ser testigos de esa vida que crece: en el respirar cada día con menos temores, sabiéndose protegidos, y en los pequeños pasos que van dando los chicos en su formación laboral, en su aprendizaje de la lectura y la escritura, en el crecimiento de las relaciones… Y la vida grita ¡Boza! (“¡Victoria!”) en la boca de aquellos que han conseguido pisar suelo europeo.
En medio de la vida y de la muerte, en medio del dolor y la alegría, en medio de la injusticia y la solidaridad, nos encontramos con personas que nos sirven de maestras en el arte de vivir el presente y nos contagian la fuerza de la esperanza. Ojalá vivamos este tiempo pascual acogiendo esa presencia que nos consuela y sepamos ser consuelo y fuerza para otros y otras.